Este texto es resultado de un ejercicio de 20 minutos en un taller de literatura.
La sala de juntas, formada por paredes de cristal, vibró cuando Rafael salió de ella cerrando con fuerza la puerta. No volteó atrás para despedirse de su jefe. Si su expectativa era recibir una calificación sobresaliente por su desempeño en el último año, no podía haber estado más equivocado. Todas los desveles y sacrificios lejos de ser tomados como algo positivo eran, a los ojos de su jefe, una señal de incompetencia. “¿Por qué te quedas hasta tarde todas las noches? ¿Que no sabes cómo hacer las cosas de forma eficiente?” Le había dicho.
Rafael sintió coraje y angustia mientras recorría el pasillo de las oficinas ante la mirada de sus compañeros. Sabía que el resto lo estaba juzgando tan severamente como él lo hacía a sí mismo. En el fondo de su estomago nacía un sentimiento que rápidamente se apoderó de él, como la ola de un tsunami que llega a la costa para destruir lo que se encuentra en su camino.
Finalmente entró a su oficina, abrió el primer cajón del escritorio y con discreción tomó un par de tijeras, las cuales escondió en su bolsillo. Con el mismo paso veloz con el que había recorrido la longitud del pasillo volvió sobre sus pasos en dirección a la sala de juntas. En su puño apretado sentía el filo de las tijeras. Cuando estuvo frente a la sala se detuvo un segundo para observar cómo su jefe, entre risas, le daba su evaluación a Manuel. El coraje se convirtió en furia.
Rafael pasó frente a la puerta de la sala de juntas y unos metros más adelante se metió en el baño atrancando la puerta. Se arremangó la manga izquierda de su camisa dejando caer la mancuernilla al piso. Saco la tijera de su bolsillo y comenzó a hacer cortes superficiales sobre su brazo. Cuando las gotas de sangre comenzaron a correr abrió la llave de agua, tornándola roja mientras se mezcla con su liquido vital. “Soy un pendejo” “Soy un fracasado” “No se hacer mi trabajo, nunca voy a tener éxito” “ Me deberían de correr, debería renunciar, mañana no voy a venir, nadie me va a extrañar, van a hacer fiesta, van a festejar que el estúpido de Rafael el que se queda hasta tarde y que no sabe hacer las cosas ya no va a robar espacio de la oficina y que su apestoso lonche no va a ocupar espacio en el refrigerador y sus infantiles errores no nos van a hacer perder clientes” Con cada pensamiento el corte de la tijera era más profundo, y el sentimiento de enojo y frustración se diluía con el agua en la que se mezclaba su sangre.
Rafael no sabe cuánto tiempo ha pasado cuando alguien toca a la puerta. Con papel de baño se envuelve el brazo, lo cubre con la manga y pone la mancuernilla en su lugar. Sin decir una palabra sale de la oficina con la intención de no regresar.
Al día siguiente su escritorio, decorado con globos multicolores con motivo de su cumpleaños, se quedará esperando. Al final de la jornada su jefe se comerá la rebanada de pastel que le habían preparado.